20 sept 2012

LA POBREZA EN EL CAMPO


                                                 I

  Nosotros, mi familia éramos del campo. Pertenecí a una numerosa familia de 10 hermanos, siete mujeres y tres varones, éramos gente extremadamente pobre en nuestra infancia, no es necesario describir  la pobreza porque eso haría morbosa esta lectura, sin embargo no puedo omitir el hecho de que conocimos de las privaciones y de la absoluta desprotección, es que en verdad se trataba de una terrible pobreza.
Fue una de mis hermanas mayores la que en cierto modo, logró abrir una ventana hacia la dignidad de la vida. 
Por lo tanto, sin darnos cuenta aún, había una llave para salir de la cruel y desventurada vida de los inquilinos. 
Esa llave, era el estudio.
 Y fue precisamente lo que ella desde muy pequeña intuía. Y fue la primera que logró terminar sus estudios. 
Consiguió un trabajo y pudo solventar en algo la pobreza de mi familia y señalar que había otra vida más allá de nuestros ojos.
Mi padre era un campesino. 
De esa gente que no tiene nada, sólo los brazos y la resistencia para el sacrificado trabajo del campo. 
Los inquilinos, en el campo, son  las personas que viven en los fundos en una choza que se les facilita para que trabajen para un patrón. Mi padre era un inquilino, lo más bajo en la escala social.
Se trata de aquella persona que desgasta sus fuerzas sembrando y cosechando para que otro obtenga las ganancias. 
Lo que un inquilino recibe a cambio es un terreno con una “rancha”, un pequeño y miserable  lugar donde vivir y recibir de sus propios alimentos.
En mi infancia mi madre se ganaba la vida lavando ropa.
 Eran horas, tardes y días que pegaba a la artesa, friega que friega con una escobilla de palo, luego planchar y planchar para recibir unas monedas de miseria y de vergüenza. 
Yo muchas veces tuve que acompañarla para que entregara sus pedidos...éramos muy pobres y vivimos todas las necesidades que pueda tener una familia numerosa sin recursos. 
Es la vida que teníamos sin conocer aún de envidias ni ambiciones. No teníamos mucho, casi nada.
Mi vida de infancia transcurrió entre barriales, animales, alfalfa y frío.
Mi hermana mayor comenzó a trabajar, compró una radio, tal vez algunos muebles y después mucho después un televisor y gracias a ella, a los 11 0 12 años yo tuve una ropa nueva, hasta entonces no sabía lo que era algo nuevo. No lo olvidaré.
Yo estudiaba en un colegio primario, caminábamos varios kilómetros para llegar a un colegio de adobes  sin más temor que el que la hora pasara y la campana diera su sonido antes de que llegáramos allí.
Era normal que fuéramos al colegio sin zapatos.
Obviamente no era yo el único pobre que existía. Era algo increíble, pero había unos niños más pobres aún.
Mi vida cambiaría gracias a un don que la naturaleza y  Dios me regaló. Estaba oculto, sólo había que sacarlo a la luz.


UN PEQUEÑO E INOCENTE DIBUJO


                                                 II

Una noche, en nuestra “rancha” oscura , alumbrados por la luz de la vela, mi hermana mayor hacía un dibujo y lo pintaba con lápices de colores.
 Era la figura de una adolescente que apoyada en el enrejado miraba hacia el campo...
Lo pintaba con mucha prolijidad y yo observaba en silencio el cuaderno cuadriculado. Lo encontré lindísimo y vi como lo coloreaba y le daba forma, era mágico como unos colores y una figura de una niña transformaba el papel amarillento y la luz de la vela alumbraba la escena.
Uno de esos días, yo hice uno igual y descubrí sin mayor sorpresa que podía dibujar, que era muy fácil dibujar, que todo lo que había, yo lo podía dibujar.
La lámina de mi hermana sólo era el código, la clave para que descubriera lo que podía hacer un lápiz.
Vivíamos en el campo enfrente de un inmenso potrero verde, por lo tanto mis dibujos eran sobre el campo y sus paisajes, páginas y páginas  de caballos y jinetes, terneros, perros, pájaros, mariposas, flores y aves, todo lo que había en el campo y por supuesto campesinos, inquilinos y  hombres trabajando.
Dibujaba la pobreza.
Nuestra infancia fue muy triste, muy pobre, muy marginal, cada día inventando la felicidad con lo que había a nuestro alcance...
Cuando falleció mi padre, hace unos años, yo leí un extenso poema que se llamaba "íntimamente a mis hermanos ", se iniciaba así:

“La casa de mi infancia no tenía espejos ni cristales,
a la vera del camino, la casa paterna no tenía brillos....”

Es un larguísimo poema que entre lágrimas y sollozos logré terminar ante el silencio de toda mi familia y de toda la gente que nos acompañaba.
No quedaba ninguna duda de nuestra pobreza, y todos mis amigos escucharon aquello. El estigma de un pobre.
Era el momento de decirle a nuestro padre:
Éramos los más pobres del mundo pero no era tu culpa...Por eso, desde ese día yo quedé en paz con él y no tuve nada pendiente
Lo despedimos emocionadamente y en el secreto de la noche yo vacié todas mis lágrimas.
Con toda la dignidad del mundo mis hermanas compraron el más caro de los ataúdes y nos vestimos de fiesta, todos  vestidos elegantemente, porque eso es lo yo les pedí a mis hermanos...
Seurat


Y el don que la divinidad me regalaba era la facilidad para el dibujo.
Gracias a esta condición que descubrí en las tareas de mi hermana, a esta facilidad para el dibujo, un día llegué a la capital recomendado por mi profesor.
 Se trataba de una Escuela de artes , un colegio artístico,.
Me sentaron en la oficina de la Directora cuyo nombre era Florencia, y allí un profesor, al parecer de arte,  me pidió que yo dibujara algo.
Lo más probable es que mi apariencia y mi lenguaje les provocaran algo de risa.
La mayor de mis hermanas que me acompañaba, no abrió la boca y simplemente, tal vez muy nerviosa, esperó
Con el lápiz grafito hice el dibujo de una escena cotidiana del campo con árboles, campesinos y animales.
El contexto de lo que a diario yo vivía.
En menos de una hora, estaba matriculado en la Escuela Experimental de Educación Artística en una vieja casona de la calle Agustinas.

UN FUGAZ PASO POR LA CONTRADICCIÓN


                                                   III

Lo que me esperaba fue una  experiencia horrible, desde el primer día en que todos los alumnos antiguos, los que serían mis compañeros,  me pegaron destrozaron mi ropa y mis cuadernos...
Yo estudié pintura y dibujo y logré terminar mis estudios
Era la contradicción más absurda de la vida: 
Era pobre, mis padres eran campesinos, yo jugaba al fútbol y para colmo...estudiaba pintura. 
Era una cosa inmanejable.
Vivía en Quilicura
En el año 1967, una mañana de diciembre, yo terminaba mis estudios secundarios y salía del colegio artístico al que no volvería nunca más.
Fue no más de una semana en que estuvimos en un local de la Reina. No tenía recuerdos hermosos ni me interesaban mis compañeros, sólo tuve un amigo a quien desde ese mediodía del verano nunca más pude ver.
Era una hermosa amistad, yo admiraba su música, sus canciones y su risa permanente.
El admiraba mi cerebro y de cómo yo en medio del bullicio y el desorden era capaz de memorizar las materias.
Lo quise mucho porque para él, mi pobreza era sólo un detalle.
El otro amigo que tuve, también imborrable en mis recuerdos un joven de gran fama entre los músicos, fundador del grupo “Los Galos”, Carlos Baeza, quien  falleció a los 30 años en un accidente.
La vida y el destino fueron injustos con él. No merecía morir.
Escuché la noticia de su muerte una mañana cualquiera  y cumplí con visitarlo en su última morada, fue despedido por apenas unos pocos amigos lo que hizo más triste aún su último adiós.
Junto a él recorrimos mis calles y mis callejones.

Mis recuerdos no eran buenos y por lo tanto salí del colegio, un mediodía de diciembre y ni siquiera volví la vista atrás. Caminé solo por un sendero de tierra escuchando el murmullo del agua, recordando el amor no correspondido de una niña....
Y así se fue mi vida de estudiante secundario....
Años después me dí cuenta que el bagaje cultural que yo tenía era muy superior, enormemente superior  a otras personas, era lo único, pensaba yo, que tenía que agradecer a aquel colegio.  
Mi pubertad y mi adolescencia fueron una contradicción. El mundo del arte y el lenguaje de mi Escuela no calzaban en el barrio pobre donde yo vivía.

Sin embargo, todo lo reconstruiría el tiempo.

UN BAÚL DE RECUERDOS



                                                 IV

Orellana, Luis, Lucía, Josefina, Maria a., Gabriela

Traía en mi corazón en mi mente y en mis recuerdos un gran baúl cerrado bajo llaves, algo así como un tesoro olvidado en tantas islas de la vida…
El baúl estaba repleto de nombres, hechos y recuerdos, pero un poderoso candado hacía inútil pretender abrirlo.
Un día inevitablemente el baúl se abriría y no hubo que esperar mucho para ello. 
No fue demasiado tarde.
Yo trabajaba como profesor y todo iba en ritmo ascendente. No me detenía en el pasado y el recuerdo de la Escuela Experimental de Educación Artística, formaba parte de un velo oculto que no se asomó ya más en mi vida.
Otra historia, un episodio del ayer.

Una tarde recibí un llamado extraño y aunque fue de gran emoción reconocer aquella voz y aquel lenguaje, no produjo mayor inquietud en mis sentimientos.
Era la voz de uno de mis compañeros de la Escuela Experimental Artística, uno de los que estuvo conmigo entre los años 1962 y 1967.
Me habló de que habían logrado contactar a varios y que con cierta frecuencia se reunían, que todo era emocionante y hermoso.
Su voz evocaba en mi, horas y momentos.
Me nombró a cada uno de ellos y en forma automática yo reconstruí en mi mente los rostros y las figuras, las risas y los conflictos.
Y dije que probablemente asistiría a la próxima cita.
Pero por esos días, en que me sonreía la plenitud, sabía ciertamente que no sería así.

Las instancias de la vida hicieron cambiar abruptamente todo.
Y de mis días de vana gloria pasé al silencio de los seres anónimos.
De pronto me vi sólo, envuelto en torbellinos, con la decepción de los procesos sociales, buscando respuestas.
Y volví la mirada al pasado.
Y el pasado curiosamente, siempre está allí.
 El pasado te espera, es como un aliado permanente que para bien o para mal abre sus puertas cuando le visitas. Incluso puede invitarte para que te quedes allí para siempre.
Y mis ojos y mis pensamientos volvieron al pasado.
Había un gran baúl con historias, personajes, recuerdos, anhelos y sueños que permaneció cerrado por inviernos y primaveras.
Era el momento de abrirlo y sacudir un poco el polvo que se acumuló.
Y en ese baúl estaba la Escuela Experimental Artística.
En ese baúl estaban los nombres de todos mis amigos y compañeros, todos con algo similar en sus vidas, todos genios de entonces y genios del mañana, todos con sus historias y con sus talentos, todos con las trascendencias de la vida del arte y de la creatividad.
Si pusiera acá, cada uno de sus nombres, el lector que me visita se saltaría esas líneas a no ser que fuera  uno de ellos, para verificar que efectivamente no me olvidé de su nombre.
No me olvidé de ninguno, están en mi corazón, en las fotografías que se abrieron para mi como un tesoro cuando llegaron a mis manos.
No olvidé a ninguno.
El baúl de la EEEA, permitió que nada ni nadie se dañara, muy por el contrario todo se engrandeció con el tiempo.
Hasta las viejas y añosas casonas del ayer que hoy obviamente no existen, se recubrieron de nobleza y dignidad: En Huérfanos, en Agustinas, En Amuntegui y finalmente en la segunda cuadra de la calle Dieciocho.
El baúl de mis recuerdos era tan riquísimo como los cofres de los cuentos, que con los años son valorados como los más grandes tesoros.

GENIOS Y REVOLUCIONARIOS


                                                 V

Por entonces la Escuela Experimental, era un proyecto algo extraño.
Al menos para la gran mayoría.
Sólo podían estudiar allí los alumnos que tuvieran algún talento manifiesto, porque esta era una “Escuela para niños superdotados en algún aspecto del arte”.
Nos ubicaba en un desnivel en relación a otros “pobres” estudiantes que no eran como nosotros. 
Al mismo tiempo nos elevaba en la autoestima y lo que era más significativo, nuestra imagen no podía descender de allí.
Era algo extraño pero real, no nos parecíamos al resto de los mortales que transitaban por la vereda del frente. Nosotros éramos el talento, éramos “los artistas”
Sin embargo mis compañeros y yo, todos nosotros, estábamos marcados por una profunda sensible y manifiesta sensibilidad social, las  noticias del mundo nos impactaban y frente a cada tema teníamos opinión.
Mis compañeros eran locuaces y convincentes.
Eran los años sesenta, los años de la Guerra de Vietnam, los años de la revolución Cubana, década del asesinato de John Kennedy, de los grandes conflictos raciales, del Ku Ku Klan  del desarrollo de la guerrilla en Bolivia con la figura de Ernesto Che Guevara. Los años de Marilyn , de Violeta Parra y de Mao Tse Tung.

Años de grandes desenlaces sociales en todos los rincones del planeta y con el apogeo del movimiento obrero en nuestro país, en que directa o indirectamente todos estábamos involucrados. La palabra revolución no era ajena a ninguno de nosotros.
La palabra revolución pertenecía a nosotros.
La palabra revolución se hizo nuestra y salpicaba en nuestro sentir.
Estábamos para cambiar el mundo y no decepcionamos a nadie.





LOS DEDOS DE ARIADNA


                                              VI

Pero la sensibilidad del arte penetraba por nuestros poros en cada detalle y en cada momento.
Ni siquiera lo sabíamos.
En la calle dieciocho, había un gran salón a la entrada y en el centro una escala que conducía al segundo nivel. Allí estaban nuestras aulas.
En el salón del primer piso, un piano.
Tal vez el salón era muy pequeño, pero la música lo hacía inmenso.
Junto al piano nos reuníamos en los recreos de la mañana.
Allí aparecían las manos y los dedos de Ariadna y el teclado vibraba para hacernos escuchar la Polonesa de Chopin.
Éramos niños, púberes, que nos conteníamos escuchando aquellas notas, una cantidad impresionantes de notas y sonidos que extraían  del piano unas manos muy delgadas, pero que tenían el poder de congregarnos y aquietarnos en las mañanas del invierno.
Es la imagen con la que me quede para siempre.
La rosa blanca sobre el piano, y la música casi majestuosa.
Tal vez sin importancia para algunos, pero para mí, la postal de la Escuela Experimental de aquellos años y el más ardiente recuerdo que quedaría en mi corazón.













                                                                                                 
                                                                                                                                  Magrette

COMO GOTAS EN EL RÍO, COMO HOJAS EN EL BOSQUE

                                                                          VII


Mis recuerdos no son cuento ni novela, ni mucho menos pretendo aprisionar la historia de aquellos años. Tampoco es la verdad definitiva.
Hay otros que tienen otras verdades y otras historias.
Lo mío, es apenas una hoja de hierba de un gran bosque.
Una gota más en el río, en el pequeño canal.
Cuando yo llegué, el bosque ya existía y sin duda, seguirá existiendo.
Mis sentidos apenas palparon miraron y escucharon parte de lo que el misterioso bosque tenía para ofrecer.
Habrá otros cercanos o lejanos que complementarán este pequeño paisaje.
De lo que puedo estar seguro, hoy más que ayer, es que no puedo quedarme afuera. 
Soy parte del paisaje de los años sesenta y estoy en el recuerdo de otros.
Al final era así.
Éramos únicos.